De Anna Kemper. Traducción Jacqueline M. Rajmanovich
Un año atrás, en un día soleado primaveral, cuando las flores brotaban sobre las tumbas, Desiderius Stawowiok enterraba a su hijo. En sus manos sostenía la urna que contenía las cenizas. "Rolfí”, decía él, “ahora te vas con los nuestros, bien te guardarán”. Luego colocó la pequeña urna en la tumba de 70 por 70 cms. del cementerio alemán en Buenos Aires. Desiderius Stawowiok la cubrió de tierra.
-“Fue como si lo llevara a la cama”-, dijo él.
Rolf Stawowiok tendría hoy 52 años, un hombre adulto, quizás con pelo gris, como su padre. Para la memoria de Desiderius Stawowiok, Rolf será siempre Rolfi, un niño que lleva a la cama, un joven al cual abrigar. Ya que sus cenizas, que sostuvo en su mano aquel día primaveral estuvieron por mas de 30 años desaparecidas.
Martes, 21 de febrero de 1978. Hace 2 años que dominan en Argentina los militares. Rolf Stawowiok, de 20 años, abandona la empresa metalúrgica en la cual trabajaba como químico. Es lo último que de él se sabe. Poco después cuatro violentos y armados oficiales de seguridad tomaron por asalto la vivienda de la familia Stawowiok, el barrio de Balvanera, registrando durante dos horas, interrogando a madre y hermana. Uno señaló el collar que colgaba del cuello de la hermana: "ese lo llevás también en la foto!" Rolf siempre llevaba encima una foto de su hermana. Para la familia era claro: Rolf estaba bajo merced de los miliares.
De los secuestrados ya había escuchado Desiderius Stawowiok, hacía bastante. Pero lo que a ellos les sucedía, eso no lo; sencillamente fueron desaparecidos. Desaparecidos (él término aquí aparece en castellano, única palabra que en todo el artículo se escribe en su idioma original). Claro, ya se figuraba, era sabido que a mediados de los ochenta cuando en Argentina la dictadura militar cedió a la democracia: los secuestrados fueron torturados y asesinados. Los culpables fueron rápidamente protegidos por la Ley de Amnistía.
En 2003 el régimen argentino quita la Amnistía. Y ahora, 30 años luego del terror de Estado, inaugura el tribunal en lo criminal en Buenos Aires, en las próximas dos semanas, dos grandes juicios: uno contra los miembros de los primeros cuerpos castrenses responsables por una larga serie de centros secretos de detención (Centro Clandestinos de Detención) en la capital. Y contra los oficiales torturadores de la ESMA, el mayor centro de tortura del país que la marina dominó. Hasta 30.000 personas secuestró la dictadura militar y torturó. Dentro de estos, aproximadamente 100 eran alemanes o descendientes de alemanes.
Desiderius Stawowiok de 84 años vive en Viernheim, una pequeña ciudad al borde de Mannheim, en un monoambiente y recibe mensualmente el subsidio de desempleo, (conocido como Hartz IV en alemán). Adriana Marcus, de 54 años, doctora, vive en Zapala, al norte de la Patagonia. Dos personas que nunca se vieron, totalmente diferentes, - y a pesar, unidos por un época en común, que surca una profunda herida en sus vidas. Dos historias que la era nazi en Alemania comenzó y que hasta hoy no ha llegado al final: la de un padre, cuyo hijo fue asesinado. Y la de una mujer que sobrevivió a la cámara de tortura -.
Viernheim en verano. El sol brilla a través de la puerta del balcón de la vivienda de Desiderius Stawowiok. Un pequeño espacio encontró entre todos los libros y papeles, cajas y carpetas que en su pequeño departamento amontona, sobre el escritorio, la estantería, el sillón marrón, el piso de pvc. Papeles que documentan la desaparición de su hijo. “Cada día desearía ordenar todo”, se disculpa, “siempre hay algo en el medio”.
Desiderius Stawowiok no es un hombre sencillo. Lo mismo dice él sobre él mismo, y suena como si estuviese orgullo de aquello. Cuando se habla con él, inmediatamente plantea la pregunta: ¿de si sencillamente uno trabaja para un diario, o para alguien más? ¿Por qué pues se interesaría uno en los desaparecidos durante la dictadura? ¿Si se sabe efectivamente algo de la historia latinoamericana? A la sospecha le sigue una desbordante confianza; muestra fotos, duplica documentación, te acompaña hasta el tren. Sospecha y confianza se alternan entre sí, en cada visita, en cada llamado. Es como si Desiderius no se fiara más cuando de confiar en alguien se tratara. Quizá por que ha confiado demasiado en lo errado: en la guerra, en los nazis, en los militares argentinos, en la ayuda de los alemanes.
En Bielitz, Oberschlesien Este, polaco desde 1920, habitado mayoritariamente por alemanes, creció Desiderius Stawowiok. Nacido en Heiligabend en 1922, de familia fuertemente católica. En 1939 poco antes del inició de la guerra, se preguntó: ¿de qué lado estoy yo? ¡Soy católico, y los polacos también lo son! Entonces le decían a él: acá se trata de lo germánico. Y así entró Desiderius Stawowiok a la guerra, voluntariamente, para defender lo germánico. Lo germánico para el era importante.
Fue paracaidista, aprendió el oficio maestro de los explosivos, todavía hoy se entusiasma de la camaradería. "Al nacionalsocialismo", dice él, "lo conocí desde sus mejores lados”. A los habitantes judíos de su ciudad natal les fue diferente. Fueron transportados y asesinados, había solo 25 kms. hasta Auschwitz.
Luego de la perdida guerra, Desiderius Stawowiok quiso irse fuera de Europa, cualquier destino daba lo mismo. Desde España llegó a la Argentina en marzo de 1948, trabajó para “Fabricaciones Militares, un tipo de asistencia industrial de desarrollo de los militares, en un pueblo en la provincia de Córdoba. Conoció a Luz Divina, se casaron, tuvieron dos hijos: Alicia y Rolf. Se mudaron a la capital.
Desiderius Stawowiok, paracaidista, maestro en explosivos, en el medio especialista en el desarrollo de cargas para la batalla con Panzer, comenzó una nueva vida.
Sus hijos crecieron en un país cuya situación política siempre fue inestable. Al autoritario jefe de estado Juan Perón, derrocado en 1955, le siguieron once presidentes hasta mediados de los setenta, tres golpes de los militares. Derecha e izquierda luchaban entre sí, en 1973 un ulterior ministro de la dictadura organizó los escuadrones de la muerte, para eliminar, a pedido del gobierno, los grupos de izquierda. En esta época ya desaparecían opositores o eran asesinados.
A mediados de los setenta Rolf Stawowiok, un joven niño, un buen deportista, con talento, se une, imitando a la gente, a la “Unión de Estudiantes", un brazo de la izquierda y peronista Guerrilla de Montoneros. Repartían panfletos, afanaban autos, golpeaban los vidrios de los bancos extranjeros, escribían graffiti: “¡si Evita viviera hoy, sería Montonera!”.
Luego del golpe de Marzo de 1976 comenzó la Junta Militar con el Comandante en Jefe Jorge Videla a eliminar sistemática y brutalmente sus opositores. Cualquiera que solo estuviese remotamente bajo sospecha de ser de la izquierda, estaba en peligro. “Primero vamos a matar a los subversivos, después a sus colaborados, después a sus simpatizantes, luego a los indiferentes y al final a los miedosos”, dijo el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires en 1977 en una charla.
Desiderius Stawowiok sabía que su hijo simpatizaba con los Montoneros, “tenes que salirte, Rolfi!”, decía él, quizás a Brasil, ahí tenía buenos contactos. ¡Alguien tiene que hacer algo Papá!, dijo Rolf. Lo que exactamente Rolf hizo, Desiderius Stawowiok lo experimentó bien después: ayudó en la elaboración de las cápsulas de cianuro, que los montoneros llevaban con ellos.
Adriana Marcus preserva la pequeña cápsula negra en su monedero. Ella sabía: debes solamente morder la cubierta plástica si ellos te atrapan. Luego, todo pasa, fue. En caso de que ella fuese atrapada, no le quedaba tiempo.
Adriana Marcus es judía. Cuando Desiderius Stawowiok comenzó a luchar en el uniforme de los nazis en pos de la germanidad, sus padres estaban huyendo de esta misma germanidad. Su padre, nacido en Mülheim sobre el Ruhr, llegó desde Holanda a la Argentina en 1937 con su familia, la madre, nacida en la Selva Negra, un año después. Los parientes que no lograron escapar murieron en Theresienstadt y en Auschwitz.
Entre los alemanes que desaparecieron durante la dictadura militar en la Argentina, muchos son judíos: se llaman Marcelo Weisz, Leonor Marx, Ricardo Wettengel o Walter Rosenfeld. Sus padres escaparon como los de Adriana, de su país nativo, que asesinó a sus familias, sus hermanos, sus tíos, sus tías, sus abuelos. Ellos encontraron refugio en un estado que debió matar a sus hijos.
Adriana Marcus sobrevivió. Durante muchos años trabajo como médica en la frontera norte de la Patagonia, en Zapala, una ciudad en la mitad de la nada, de roca volcánica que se esparce sobre el viento, y de un pasto descolorido amarillo verdoso. Solo plantas resistentes aguantan aquí.
A Adriana Marcus le cae bien este paisaje, le gusta ir al lago, donde es montañoso, en algún lado detrás comienzan los Andes. Le encantaría vivir aquí afuera, en una carpa, en autarquía, aislada. De niña, a menudo, pasaba las vacaciones con sus padres y hermanos en carpa, así conoció todo el país: el árido norte, casi tan parecido como la región montañosa boliviana. El sur con su interminable extensión. Ella vivió estos viajes.
En su casa, la cocina está hecha de madera oscura, la estantería llena de plantas, sobre las sillas, cálidas pieles. Afuera las gallinas cacarean, dentro cocina ella sopa de cebollas, bueno contra el frío que se filtra a través de las grietas.
Adriana Marcus tiene 54 años, su pelo rizado gris, su voz clara. El alemán es su idioma materno, sus padres, que por más de setenta años viven en Buenos Aires, hablan entre ellos en alemán. Claro que cuando Adriana Marcus habla sobre la época de su juventud, que también es la época de juventud de Rolf Stawowioks, cambia por el suave español del argentino.
Ella cuenta que la atmósfera de resurgimiento que había, especialmente en los jóvenes, en los estudiantes, en los intelectuales, los había hecho empacar. La revolución cubana, París 1968, Salvador Allende en Chile. Ellos escucharon las canciones de Víctor Jara, quién luego fue asesinado tras el golpe en Chile contra Allende. Canciones que creaban imágenes de una sociedad distinta a la de entonces, las cuales confirmaban una realidad: en los estados alrededor de Argentina ya estaban los militares en el poder. Cuando Adriana Marcus en 1974 comenzó a estudiar medicina, corría a través de pasillos, de los cuales colgaban carteles como "ropa tendida”.
Nunca se quedó quieta, estudiaba de día, trabajan luego ocho horas como enfermera, llegaba sola a las once de la noche a su casa. Con los compañeros iba a las villas para abastecer a los niños. Con los docentes en las fábricas, en dónde les explicaban a los trabajadores sus derechos.
Los años previos a la dictadura los encuentra “como primaverales” Adriana Marcus. Todo parecía posible, pensaba ella, pensaba Rolf Stawowiok, quizás incluso una revolución. Cada uno de las innumerables agrupaciones de izquierda luchaba por su versión revolucionaria. Muchos con armas.
Adriana Marcus pertenecía a Montoneros. Su tarea era, como médica, ayudar a los compañeros que en la clandestinidad su ayuda necesitaran. Ni una vez entró en acción. Nunca cargó un arma.
Sábado 26 de Agosto de 1978. Adriana Marcus quiere mudarse a una nueva casa, a la tarde viaja con su padres a su viejo hogar, recoge un par de cosas. Su padre la espera en el auto. En la casa el secuestrador.
En una fracción de segundo, con la llave en la cerradura, la puerta abierta, alguien la empuja al piso, le coloca una capucha en la cabeza. Oscuridad. Luego, escucha un grito. El suyo propio. Adriana Marcus, que desde su niñez piensa en español, destella un pensamiento, lo piensa en alemán: "así es cuando uno muere” .
La oscuridad debajo de la capucha duró largo rato. Durante el viaje en auto atravesando la ciudad. En un sótano, se le quitó. En donde simularon, que le cortaban las muñecas, solo una fría sensación metálica sobre la piel, luego una sustancia caliente. Oscuro era, cuando sus piernas y brazos se chamuscaron por los golpes al subir arrastrada una escalera, y otra escalera, y otra más y luego la última, 19 escalones, un tanque de agua sonó, “¡me tiraron desde arriba hacia un pozo de agua!”, piensa, sus piernas se atascaron. Oscuro, cuando la tiraron sobre un colchón de espuma entre dos paredes.
Estaba capturada en la ESMA. La “Escuela Mecánica de la Armada”, un centro de entrenamiento de la Marina sobre un terreno en los suburbios, con altos árboles, panadería, cancha de tenis, pileta de natación. Y con unos edificios, en cuyas plantas bajas los oficiales cenaban, en los primeros y segundos pisos los instructores dormían, mientras en el sótano y bajo la azotea se torturaba y se asesinaba. Mas de 5000 personas fueron aquí retenidas en prisión y atormentadas, algunos por años, por algunos de los torturados mas conocidos de la dictadura como Alfredo Astíz, conocido también como “el ángel rubio de la muerte", o "el tigre" Jorge Acosta.
Centenares de campos había en la totalidad del país. Militares, policías y gendarmes torturaban brutalmente, especialmente con electroshock: les descargaban electrodos en los genitales a los secuestrados, les hacían tragar cintas con pelotas de metal, que luego aplicaban bajo corriente eléctrica, los ajustaban al conocido “Grill”, una metálica cama-parrilla, y cazaban la corriente a través del cuerpo entero. Quién ningún valor tenía para el servicio secreto, era asesinado o narcotizado y desde un avión arrojado al mar. En la ESMA solo el 5% de los secuestrados sobrevivió.
Amnesty International y otras organizaciones de derechos humanos denunciaron la brutalidad de la Junta, también en Alemania. Le reprocharon al gobierno de Helmut Schmidt lo poco que hizo por los alemanes cautivos: luego del golpe de Pinochet en Chile en 1973, había sido enviado a Santiago el Ministro de estado Hans-Jürgen Wischnewski para liberar a los alemanes cautivos, lo cuál se consiguió. En Buenos Aires, por el contrario, el contacto para las familias alemanes en la embajada se llamaba Mayor Peyrano: un argentino del servicio secreto, quien realmente acataba los intereses de la junta como si de su propia familia se tratase.
Los padres de Adriana hicieron aquello, que Desiderius Stawowiok había hecho, lo que centenares de Padres entonces hicieron: fueron a la policía, asentaron peticiones para la presentación de órdenes de detención. Todas las autoridades negaron que su hija estuviese retenida en prisión. Sus padres se dirigieron a la Cruz Roja, a la Embajada. Sin éxito.
En la ESMA Adriana Marcus yacía hace dos meses en el colchón, la capucha en la cabeza, de vez en cuando un pedazo de pan, un té, iba al baño, todo supervisado. Corporalmente no fue más torturada. A veces, mientras así yacía, sentía que de su cuerpo se iba, como si flotara. Se veía desde arriba y pensaba: " ¿Me quedaré? ¿O moriré?"
Luego de dos meses fue colocada en un diminuto cuarto, pudo sacarse la capucha. Para esta época comenzó Emilio Massera, uno de los tres Generales de la Junta y como Comandante de la Marina responsable de la ESMA, a planear una propia carrera política para los tiempos luego de la dictadura. Necesitaba gente que preparase esta carrera. Adriana Marcus fue encomendada a trabajo forzoso, debía traducir documentos, declaraciones de prensa, cartas a los partidos alemanes. A veces podía telefonearse con sus padres, desde mediados de diciembre pudo visitar con un guarda a sus padres.
Adriana Marcus olvidó cómo estos encuentros se realizaban, mucho ha olvidado, reprimido, especialmente le resulta difícil orden temporal. Sus padres se acuerdan. Era, dicen, como una visita normal, solo que nada era normal: Madre, padre, hija tomaban café, juntos con el torturador. Tantas preguntas que no eran permitidas plantear. Tanto miedo. Sus padres sabían de otro alemán desaparecido, quién eventualmente era visitado por sus padres. Hasta que la visita del día se demoró. Nunca volvió.
Fue una noche larga, a la que nunca le siguió la mañana, así le pareció a Adriana Marcus. Expuesta a la arbitrariedad de las omnipotentes fantasías de los torturadores. “En cualquier momento”, decía Jorge Acosta, “el tigre”, a ella, “¡En cualquier momento puedo narcotizarte y matarte!” A veces despabilados Acosta y Astiz, “el ángel de la muerte” junto a su cautiva, de noche, andaban por la ciudad, hacia algún caro restaurante. Se sentaban pues ahí, los torturadores y su cautiva en una mesa. Como clientes totalmente normales. ¿Por qué no nos mira la gente, se preguntaba Adriana Marcus, por que no atraemos la atención? “Era como si ellos tuviesen el mundo bajo su control, para siempre”.
El cuerpo de generales de la marina que entonces dominó la ESMA está alojado en un bunker enorme de piedra clara en las cercanías de la terminal de buses de Buenos Aires. En dirección opuesta, del otro lado de la calle, se halla otro enorme y parecido bunker blanco: el tribunal en lo criminal. Ambos edificios se extienden sobre la Avenida Comodoro Py, de un lado los militares, del otro la justicia. Como ambos quisieran probar quién es el más poderoso.
Sobre el largo corredor del edificio del tribunal cada puerta se ve como las otras, detrás de cada una comienza un confuso laberinto de salas, en los cuales se apilan actas hasta el techo, dentro de sobres marrones, sueltas, en envueltas en folios negros, en carpetas de plástico, en archivos. Separadas, las actas del juicio ESMA, el cual se inicia el 19 de Noviembre, y que contiene más de 40 mil carillas.
Detrás de una de las puertas, en el tercer piso, se halla la oficina de Daniel Rafecas, de 30 años, de oscuro y brillosos cabellos, con saco de corderoy. Rafecas es juez investigador para el proceso contra los primeros mandos castrenses. A lado de su sólido escritorio de madera oscura, un pizarrón, sobre el cual se especifican todos los centros clandestinos de detención, que estuvieron a cargo de los comandos de los primeros mandos castrenses. Durante 5 años ha estado trabajando Rafecas con un equipo de "siete cabezas” para recolectar pruebas. El 24 de noviembre es el discurso de apertura de la causa.
“Argentina", dice, “sin la verdad sobre el terror de estado no avanzará como nación”. La tragedia argentina es una desaparición doble: primero los hombres, que nunca han aparecido. Y luego la impunidad de los perpetradores. Que dejan sin protección a los sobrevivientes y los culpables se refuerzan con sus creencias, de que no hicieron nada mal. La impunidad debilita al estado de derecho: "los procesos son un paso fundamental para la consolidación de una democracia”, dijo Rafecas.
Adriana Marcus será testigo en la causa ESMA. Ya que la extensa noche que la rodeó, si terminó: el 4 de abril de 1979 pudo irse a casa. Pero mientras la ESMA era una cárcel sin barrotes, tenía la sensación, de estar presa, aún en libertad, sin poder continuar. Durante muchos meses debió trabajar en una oficina de la marina. Recién a comienzos de los ochenta, finalmente le permitieron dejar el país y se fue a Perú, la llevó Ricardo Cavallo, uno de los oficiales de la ESMA, al aeropuerto. Y la buscó cuando a fines de año retornó, la llamó de vez en cuando, como si fuese un viejo conocido. Cavallo hacía como si la protegiera, pero cada contacto era para Adriana Marcus una amenaza: “Yo sabía: ellos podían secuestrarme en cualquier momento”. Largo tiempo mantuvo su número en su agenda telefónica. Sencillamente no se atrevía a borrarlo.
A aquellos pertenecen los que en los momentos concebibles más duros de aquella época, manifiestan las fortalezas de sus debilidades. Cuando el torturador trataba a su víctima, como si fuesen amigos. Ricardo Cavallo le contaba a menudo de sus problemas de pareja, le pedía por consejos. “Esto era para mí entonces un símbolo de locura", dice Adriana Marcus. Hoy piensa distinto al respecto: “Es humano hablar de sus problemas. En otro contexto sería incluso deseable. No la conversación, el contexto era desquiciado”.
Su opinión era sin embargo siempre la misma, los torturadores eran monstruos, pero incluso también personas. Si no hubiese crecido en una familia políticamente de izquierda, sino haber sido hija de militares – entonces yo podría haber estado en la situación de ellos. Todos tenemos el potencial de ser un Cavallo. Solo depende de las circunstancias”.
30 años es un largo tiempo. Años, en los cuales mucho ha cambiado: Adriana Marcus se casó, tuvo dos hijos, se separó, se volvió a enamorar. Años, en los cuales siempre algo igual se mantiene: el sentimiento de culpa por haber sobrevivido. ¿Por qué no me mataron? ¿Quién murió por mí? Preguntas que no tienen respuesta, nunca, por eso atormentan así. Adriana Marcus pronuncia raramente estas preguntas. Toma tiempo hasta que puede hablar de su historia. Y hasta que uno puede resistir escuchando.
Condena no significa para Adriana Marcus reparación, “la justicia siempre viene muy tarde”. Sin embargo estará enfrentada a Astiz y a Acosta desde el estrado de los testigos. “Yo declaro, ya que puedo hablar como sobreviviente, por aquellos que no pueden dar testimonio, porque están muertos. Es un deber ético.”
Algunos criminales fueron ya enjuiciados en causas individuales, algunos de ellos en el exterior. También en Alemania se intentó: a fines de los noventa, cuando la ley de amnistía argentina protegió a los perpetradores, se fundó la "Coalición contra la impunidad" por grupos eclesiásticos y por organizaciones de derechos humanos, con la meta, colectivamente con la familias alemanes, de traer a los asesinos acá frente a un tribunal. La “Coalición” elevó fuertes reproches contra el gobierno de Schmidt: les era mas importante los intereses económicos que los derechos humanos. La industria armamentista alemana pertenecía a los mayores proveedores de la dictadura militar. Órdenes que no debían ser puestas en peligro, como le escribió el embajador Jörg Kastl en aquel entonces a la agencia de asuntos externos.
En 2003 obtuvo la fiscalía de Nürnberg-Fürth, en dos casos, órdenes de captura contra Jorge Videla, Emilio Massera y un general de los primeros cuerpos castrenses. Las determinaciones en los casos de Adriana Marcus y de Rolf Stawowiok, ambos ciudadanos alemanes, se justificaron en 2004, los hechos fueron prescriptos. Era tan claro que Rolf Stawowiok había sido asesinado, que no había pruebas. Su cadáver no fue encontrado. No habían testigos que lo hayan visto en uno de los campo de torturas.
Desiderius Stowowiak no sabía durante todos estos años el destino de su hijo. También su vida se transformó en esta etapa, se separó, viajó por trabajo mas seguido a Alemania. A mediados de los noventa se quedó totalmente allá. También se planteaba preguntas: ¿debería haber pasado más tiempo con su hijo? ¿Debería haber insistido en que su hijo dejara el país? Tres décadas pasaron. Sería un hombre mayor.
La desaparición es quizás el arte pérfido del torturador, que los militares crearon. La incertidumbre desgasta a los parientes, entre su esperanza y su búsqueda por indicios, por un lado, y, por el otro, el deseo de poner punto final. Comenzar el duelo que puede quizás curar la herida. Un deseo que no se puede pronunciar: ¿Puede uno acaso como familia explicar la muerte de su hijo, cuando el asesino aún no lo hace?
El 24 de Agosto de 2004 los investigadores forenses de la EAAF, Equipo Argentino de Antropología Forense, abrieron en Lomas de Zamora, en la provincia de Buenos Aires, la tumba número 110, sección 31k. La EAAF estudió huesos de fosas comunes de la época de la dictadura, y a través de análisis de ADN aclararon la identidad de las víctimas. Del registro de fallecidos los forenses sabían quién fue sepultado en la tumba 110: tres hombres y dos mujeres, todos desconocidos. Causa de la muerte: conmociones traumáticas seguidas de heridas de balas, encontrados el 14 de Marzo de 1978 en el cruce de calles de Virgilio y Urunduy, en el mismo día y en la misma tumba enterrados. Arriba un sencilla cruz con la inscripción: “NN”.
El muerto, cuyos huesos fueron provistos por los forenses argentinos con la marca LZ-31-K-110#3, fue descrito de la siguiente forma: “Nr: 556, Sexo: M, edad: aprox. 17, estatura: 1,80cms, 65 kgs”. Die EAAF examinó la base de datos tras personas masculinas, desaparecidas antes del 14.3.1978, entre 17 y 24, altura 1,80mts.
Encontraron dos. Uno de ellos era Rolf Stawowiok.
En una de las visitas a Buenos Aires, Desiderius Stawowiok se dejó extraer sangre en la oficina de la EAAF. Y, un día de febrero, cuando Rolf había sido hacía mucho desaparecido, cuando entonces si vivía, sonó el teléfono en lo de Desiderius Stawowiok, en Viernheim, era su hija: “encontraron a Rolfi”.
Así viajó Desiderius Stawowiok hace un año a Buenos Aires, para enterrar a Rolf. Viajó a través de la avenida Rivadavia, a la central de la EAAF. Entró a la vieja construcción, de varios pisos, en la cual las oficinas solo estaban separadas por batientes de los cuartos, en los cuales la EAAF almacena los remanentes de los desaparecidos, en viejos cajones de verdura sobre los estantes. 550 cajas sobre tres pisos, 550 muertos, 550 destinos pendientes.
En un cuarto, sobre una mesa, estaban agrupados a un esqueleto los huesos de Rolf. Desiderius Stawowiok quiso estar un momento a solas con su hijo. "Estaremos juntos nuevamente", dijo, "de algún modo".
Es posible que Rolf Stawowiok haya estado cautivo en el centro de detención Vesubio, ya que las mujeres, con las que él fue enterrado, fueron vistas antes de su muerte en el Vesubio. El caso Stawowiok se halla bajo el juez Daniel Rafecas, también la oficina pública de la procuraduría de Nuremberg examina por el momento si reanuda la causa.
La ESMA debería ser transformada en un espacio conmemorativo. Aún hoy hay en el edificio indicios de las huellas que los marines borraron antes de abandonarlo: La escalera al sótano fue bloqueada con madera, construyeron un ascensor, las particiones de los muros en la azotea fueron distanciados. Los sobrevivientes no deberían poder reconocer el lugar. Queda el vacío. Un emblema para lo que se ha perdido y que no volverá más.
En Zapala Adriana Marcus ha escrito en una parte de la blanca pared de la sala de estar una cita de Jean Paul Sartre: No es importante lo que ellos hicieron de nosotros, sino lo que nosotros hacemos con lo que ellos hicieron de nosotros”. Adriana Marcus dice, que antes estaba feliz, optimista. La creencia, de modificar algo en el correr del mundo, el poder mejorarlo, lo ha perdido. Y aún así lo intenta cada día: ella da cursos, en los cuales explica el significado medicinal de las hierbas en la región, organiza "workcamps", en los cuales las mujeres indígenas le transfieren sus saberes, viaja a lo de los mapuches, pocos aborígenes que aún la Argentina conserva, y los aprovisiona medicinalmente. Adriana Marcus ha encontrado su lugar.
Desiderius Stawowiok se mantiene como buscador. En la búsqueda de culpa y expiación, verdad y justicia, derecho e injustita. El tiempo de incertidumbre fue largo, la inquietud ha calado profundo. De Viernheim al resto del mundo, pertenece a un tipo particular de campaña cuando insulta y brama en contra de los militares argentinos. Contra los EEUU que ha formado tantos generales latinoamericanos, luego golpistas. Contra los diplomáticos alemanes, con los cuales tuvo frecuentemente contacto profesional y cuya política había sido más importante que la vida de un hijo. No hasta haber ordenado sus papeles lo comprueba, “de mi se trata, hasta la muerte”.
Un día el próximo año, Adriana Marcus viajará 16 horas en bus hacia Buenos Aires, para declarar como testigo en el juicio ESMA. Subirá las escaleras del tribunal, a sus espaldas, el edificio de los marines. Tiene miedo a ese día. Hace solo tres años atrás un importante testigo desapareció en la causa contra los perpetradores de la dictadura en el día de su declaración. Desaparecido.
Desiderius Stawowiok se hará un nescafé bien temprano ese día; al mediodía lleva la comida a Caritas, a la tarde viaja con frecuencia al asilo de animales y e irá a pasear con los perros. Los perros, dice el, lo aman como loco. Pasará la noche en su casa. En una vivienda compuesta por 21 departamentos. Ninguno de ellos conoce su historia.
(Publicado en la versión impresa del diario berlinés Tagesspiegel del 15.11.2009)