Siempre que pasaba caminando por ahí pensaba si volvería a verlo, si seguiría ahí. La vez que salió del subte hacía más calor de lo habitual. Villa Crespo en aquella época se ponía fatal. Mucho calor. Cruzar las vías del tren con el malón que acaba de salir de la estación del subte, le daba asfixia y pánico. En ese cruce no solo se cruzaban trenes, autos y personas. Se cruzaban también otras cosas. Diferentes. Destinos y realidades. Todos por el mismo cruce; cruzándose. Esta vez no fue muy distinto al resto de las veces. Al acercarse, a medida que caminaba, notó que él ya no estaba solo. Estaba acompañado, y el escalón, ya no le pertenecía solamente a él. Tenían mucho en común, a pesar de llevarse cuarenta años de edad. Ambos habitaban la misma cuadra. Él, hacía ya muchos años, desde febrero de 2002, cuando le remataron la casa. Pero en ese escalón vivía desde que había cerrado el local, dos años atrás. Ambos tenían también las manos y los brazos sucios. Ella por jugar. Solía ir tocando todo objeto con el que se cruzase, mientras recorría pidiendo, por las calles y andenes. Casi como rogando que algo le devolviesen. Algo que le habían quitado. Por eso cuando ella comenzó a frecuentar la cuadra y encontró que ese local había cerrado, pensó en ocuparlo. Claro que iba a tener que compartirlo. Pero a pesar de su corta edad podía distinguir ciertos sentimientos. Y la pena era uno de ellos. Se había dado cuenta que la suciedad en común los unía, y que una pierna a él le faltaba. Por eso, ella, casi instintivamente, no se quejó de tener que compartir el escalón. Algo había en él que le generaba confianza.
jueves, 26 de noviembre de 2009
miércoles, 25 de noviembre de 2009
Con búsqueda no hay encuentro
“Nunca me voy a resignar”, repetía una y otra vez dentro de su cabeza. Las imágenes giraban alrededor de la amenazante idea de fracaso que no la dejaban en paz. Su padre le había mostrado que cuando uno no quiere vivir otro sí lo puede desear. Especialmente si este otro forma parte del vínculo. Y más aún si es su propia hija.
Tampoco dejaba de buscar. Había que verle hacer los garabatos que dibujaba mientras proyectaba cálculos y aproximaciones de sus futuros estudios. Todo por alcanzar un fin, un título, un algo, un todo. Su toda identidad pendía de cálculos y planificaciones. Su prisión también. La libertad para ella significaba dejarse ser. Dejar de estimar fechas, metas, proyectos. La libertad estaba en su presente. En el aquí y ahora de su vivir. Sabía que lograr esta libertad implicaba volver a ser viviente de un presente con toda su sensible interioridad. Pero sospechaba si el miedo por dejar de especular y calcular no tenía otra vez que ver con la experiencia de haber sido testigo de la descomposición de su padre. Dejar de buscar y calcular era encontrar, encontrarse…
martes, 10 de noviembre de 2009
Mi corazón
Fallecí un 14 de agosto de 2004, a las cuatro de la tarde. Era sábado, y le tocaba a mi hijo mayor venir a darme de comer. Solían alternarse los días. Mi hija mayor ya había venido el día anterior. Y ese día esperaba con ansias que las agujas del reloj indicaran las siete. Era sábado, y mi primogénito iba a venir. Los médicos recomendaban que esta actividad la hiciéramos en “familia”, por eso creo que mi hija sin tener la obligación de venir había decidido igual acompañar a su hermano en esa angustiante tarea que era alimentar a un padre enfermo. Si algo había brotado desde mi enfermedad había sido el fuerte vínculo de unión que, entre ellos se había generado. El apoyo que mutuamente se daban era para no sentir tanto el lúgubre peso que un padre enfermo y depresivo puede causarle a un hijo.
Llegó puntual pero tarde para despedirse. Yo ya había muerto. La causa, otro infarto, esta vez, letal. Mis dos hijos habían acordado encontrarse en clínica médica, en donde en un principio me habían ingresado. Pero cuando mi hija llegó y vio mi cama correctamente tendida y sin ninguna pertenencia mía a su alrededor, su corazón latió tan fuerte que ya sospechaba de mi desaparición. Salió caminando rápido, con paso firme y al llegar al hall vio a su hermano. Ya a esa hora no había nadie. Eran ellos dos solos, sin testigos alrededor. Tal cual venía siendo desde que enfermé. Solos, ellos dos, cuidando de mi depresión. La soledad del hall dejó librado al azar su abrazo a mitad de camino. Lo hicieron muy fuerte y juntos lloraron y se consolaron. “Se acabó” decían los dos, “se acabó”. Por fin los pude dejar...
Llegó puntual pero tarde para despedirse. Yo ya había muerto. La causa, otro infarto, esta vez, letal. Mis dos hijos habían acordado encontrarse en clínica médica, en donde en un principio me habían ingresado. Pero cuando mi hija llegó y vio mi cama correctamente tendida y sin ninguna pertenencia mía a su alrededor, su corazón latió tan fuerte que ya sospechaba de mi desaparición. Salió caminando rápido, con paso firme y al llegar al hall vio a su hermano. Ya a esa hora no había nadie. Eran ellos dos solos, sin testigos alrededor. Tal cual venía siendo desde que enfermé. Solos, ellos dos, cuidando de mi depresión. La soledad del hall dejó librado al azar su abrazo a mitad de camino. Lo hicieron muy fuerte y juntos lloraron y se consolaron. “Se acabó” decían los dos, “se acabó”. Por fin los pude dejar...
lunes, 9 de noviembre de 2009
Una traductora sin suspiro
Quizá sea este el final de una absurda y triste historia en el que ella al fin logra su cometido. Tras años de total ignorancia en la finalidad de su decir no lograba reconocer cuál era su implicancia en lo dicho. Tal era así, que sentía que cuando tenia que interpretar y traducir una frase del alemán al español, era tal el esfuerzo que tenía que realizar que prácticamente sentía que se despojaba de su propio sentido. ´
La correcta elección de los tiempos y formas verbales, la declinación correcta de los artículos posesivos así como los usos de los pronombres personales, implicaba un ejercicio semejante al de un asesino que para ocultar su crimen enfunda el arma y sepulta en su recóndito interior el horror acometido. ¡Decir en castellano claro que difería del decir en alemán! ¡Horas ella pasaba preguntándose cómo conocerse mas! ¡Cómo saber realmente lo que ella quería decir, con la certeza y la amplitud que un buen obturador detecta en el campo visual de sus escondidas intenciones. El español para ella era como el hablar sin la reflexión. No así el alemán, que era como volver a encontrarse con su materno abuelo austro-húngaro cuando lo visitaba allá por las tardes en su departamento de la av. crámer. Intentar hablar con su abuelo sí que requería de mucha seguridad para construir correctamente una frase. No sólo por su congruencia gramatical y su buen pronunciamiento, sino por el volumen de su enunciación. Era como decirlo casi gritando. Había que estar muy convencido de lo que se quería decir, para decirlo en alemán. Esta era una de las razones por la cuáles Mirian sentía que el alemán era como introducirse en una traje de neoprén. La inmersión en su profundidad le daba escalofríos. Sólo luego de pasados varios años se animó a darse la oportunidad de volverse a mirar. Abrir el viejo arcón y permitirse quitar el viejo polvo a sus desmerecedores recuerdos de su yo. La muerte de un padre siempre es detonante de este tipo de arremetida empresa personal. Dispuesta a nadar en las agua turbias de la propia subestimación e inseguridad volvió a intentar acercase a ese lenguaje encriptado que el alemán le resultaba ser. Desde esas profundidades y con el traje propio de todo buen buceador, chequeó su válvula de oxígeno. Sabía que descender requería de una buena cantidad de esta. Recorrer sus propias aguas generaba el suficiente temor como para inspeccionar con detenimiento los tanques. ¡Por lo menos que el equipo no falle!, pensaba. Las aguas que iba a explorar eran solitarias y con un silencio de ensordecedora frialdad. Turbias y vizcosas, con un alto contenido contaminante, nocivo y doloroso. Volver sobre el alemán, era volver sobre su infancia y adolescencia. Un camino con mucho acople y retorno.
La correcta elección de los tiempos y formas verbales, la declinación correcta de los artículos posesivos así como los usos de los pronombres personales, implicaba un ejercicio semejante al de un asesino que para ocultar su crimen enfunda el arma y sepulta en su recóndito interior el horror acometido. ¡Decir en castellano claro que difería del decir en alemán! ¡Horas ella pasaba preguntándose cómo conocerse mas! ¡Cómo saber realmente lo que ella quería decir, con la certeza y la amplitud que un buen obturador detecta en el campo visual de sus escondidas intenciones. El español para ella era como el hablar sin la reflexión. No así el alemán, que era como volver a encontrarse con su materno abuelo austro-húngaro cuando lo visitaba allá por las tardes en su departamento de la av. crámer. Intentar hablar con su abuelo sí que requería de mucha seguridad para construir correctamente una frase. No sólo por su congruencia gramatical y su buen pronunciamiento, sino por el volumen de su enunciación. Era como decirlo casi gritando. Había que estar muy convencido de lo que se quería decir, para decirlo en alemán. Esta era una de las razones por la cuáles Mirian sentía que el alemán era como introducirse en una traje de neoprén. La inmersión en su profundidad le daba escalofríos. Sólo luego de pasados varios años se animó a darse la oportunidad de volverse a mirar. Abrir el viejo arcón y permitirse quitar el viejo polvo a sus desmerecedores recuerdos de su yo. La muerte de un padre siempre es detonante de este tipo de arremetida empresa personal. Dispuesta a nadar en las agua turbias de la propia subestimación e inseguridad volvió a intentar acercase a ese lenguaje encriptado que el alemán le resultaba ser. Desde esas profundidades y con el traje propio de todo buen buceador, chequeó su válvula de oxígeno. Sabía que descender requería de una buena cantidad de esta. Recorrer sus propias aguas generaba el suficiente temor como para inspeccionar con detenimiento los tanques. ¡Por lo menos que el equipo no falle!, pensaba. Las aguas que iba a explorar eran solitarias y con un silencio de ensordecedora frialdad. Turbias y vizcosas, con un alto contenido contaminante, nocivo y doloroso. Volver sobre el alemán, era volver sobre su infancia y adolescencia. Un camino con mucho acople y retorno.
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